domingo, 1 de marzo de 2009

L'Urbanisme d'avui ben resumit


De lo urbanístico
E L dios del urbanismo sí que ha jugado a los dados con las construcciones, edificaciones y urbanizaciones. El dios del urbanismo, que en lugar de ente vaporoso es sustancia de ladrillo, ha arrojado los dados de los edificios sobre el tapete del paisaje, y han ido cayendo y se han ido quedando como Dios le dio a entender: sin orden ni concierto; apretados, apelotonados y amontonados unos sobre otros tal como si lo moderno hubiera sido construido por titanes beodos en una tarde de borrachera.
A la buena de Dios. A la buena de este dios del urbanismo que propende al caos. Urbanismo: la noble palabra, el noble concepto que ha sido tan distorsionado, adulterado y manoseado por políticos irresponsables, promotores-constructores sin ética, cómplices arquitectos de estética birriosa o particulares listillos y asociales. que hoy día, paradójica e injustamente, la palabra urbanismo sugiere todo un mundo de sensaciones y actuaciones negativas o fraudulentas.
En las últimas tres o cuatro décadas se ha edificado en toda España de forma tan bruta y tan brutal, en cuanto a la calidad, en cuanto a la calidad y en cuanto a la altura, anchura, largura y caradura que no salimos de nuestro asombro.
La sañosa agresión a nuestras ciudades, pueblos, playas y paisajes ha sido de una violencia sin parangón en los países de nuestro entorno. Hemos sepultado media España con una losa de ladrillo corrompido bajo la que se ha lavado el dinero negro de la delincuencia nacional e internacional; se ha desacreditado, más si cabe, la clase política municipal y regional; se han traicionado alevosamente los modelos arquitectónicos propios de cada región o comarca y se han cambiado por otros de estilo importado, plano, de pésimo gusto, repetido hasta la angustia tanto aquí como en Madrid: igualitariamente igual de feo y uniforme en Cabra, en Jaca o en León. Qué animalada. Conocido es el dato; en los últimos años, año tras año, se construía, sólo en nuestro país, más que en Alemania, Francia y Gran Bretaña juntas, estados que nos superan con amplitud en movimiento económico y renta per cápita, pero también en número de habitantes ya que en conjunto quintuplican al nuestro: España, 45 millones; Alemania, Francia y Gran Bretaña, 200 millones.
Esta locura generalizada e incontrolada ha sepultado vegas protegidas, ha invadido riscos y cerros, ha tapado ramblas, ha roto paisajes, ha cegado perspectivas y luces, ha enladrillado vientos y ha fomentado una ramificada corrupción en los consistorios, infinidad de ellos convertidos en auténticas cuevas de ladrones.
Ha habido ciudades donde el número de viviendas construidas en su cinturón urbano ha superado en un 150% el índice de aumento de su población. Y numerosos pueblos de 2.000 o 3.000 habitantes nos tenían proyectados planes para construir, en pocos años, 12.000 o 15.000 innecesarias viviendas en su término: a comisión cada permiso, claro, para el bolsillo del alcalde y del concejal. Los planes generales de ordenación urbana, en muchos casos, no han sido otra cosa que semillas de papel y letra plantadas en un territorio que, regado por licencias dudosas y no dudosas, dio una monstruosa cosecha de plantas de ladrillajo y cementón.
Todo a lo bestia: a lo bestia la desmesurada cantidad; a lo bestia la ínfima calidad; a lo bestia el mal gusto; a lo bestia los modelos arquitectónicos ajenos e impropios; a lo bestia la reiterativa imitación, grosera y paupérrima, de Le Corbusier.
No se ha construido en España, como debiera ser, entre el paisaje, en el paisaje, con el paisaje, para el paisaje, desde el paisaje y hacia el paisaje, sino, desafortunadamente, contra el paisaje y encima del paisaje. De igual modo, no se ha construido con la ciudad ni para la ciudad, sino, en demasiados casos, contra la ciudad y encima de la ciudad: no continuándola, completándola y respetándola, sino desvirtuándola y destruyéndola.
Casan mal con los centros históricos, y aledaños, de las viejas ciudades europeas o españolas, no digamos con nuestros pueblos, los altos bloques de pisos, la terraza corrida, las paredes ladrilleras, el espanto del volumen excesivo que nos cae encima como si nos sumergiera una ola de piedra en medio de un mar de ladrillo.
En ningún país se ha abusado tanto como aquí de esas intrincadas selvas de bloques de pisos, muy feos y extraños. En vez de tender a que toda la ciudad parezca centro (al menos estéticamente), hemos conseguido que toda la ciudad parezca arrabal. Hemos mutado la ciudad calmada y tranquila por la ciudad nerviosa, ruidosa y espantosa: menudo negocio.
Lo antiguo tiene y trae calma: uno se siente sosegado, hay como una paz en las cosas y en las calles antiguas que se transmite a quien las contempla. Sin embargo, no hemos respetado el modelo de ciudad aquilatado por los siglos. No hemos sabido continuarlo: ¡cuántas calles antiguas hemos desmantelado! Y seguimos. ¡Cuántos edificios con solera han caído y se han visto sustituidos por espantos completamente ajenos al tipo tradicional de la calle!
Se suceden los movimientos artísticos. Lo nuevo sustituye a lo viejo. En literatura, música o pintura la novedad reemplaza a lo gastado, pero no lo destruye. El problema de la arquitectura es que, en más ocasiones que las deseables, lo nuevo arrasa lo antiguo, lo destruye y lo liquida. Lo bonito, y lo difícil, sería saber conjugar lo nuevo con lo antiguo, sin suplantarlo, sin violentarlo, sin montarse encima.
El urbanismo, lo urbano, debiera tender a ser una línea continua en el tiempo y en los modos de la ciudad. Y una línea continua de la naturaleza, del paisaje, de la geografía en la que tal localidad se ubique; y no un punto y aparte como ha venido siendo en los últimos muchos años. Las intervenciones debieran estar tan integradas en el entorno que casi no se notaran. Lo demasiado evidente es, creo, un error. Las mejores actuaciones son aquéllas que de tan tenues nadie repara en que allí se ha actuado artificialmente.
Es lo mismo que aquella mujer a la que alguien dijo en una fiesta: ¡Qué elegante va usted, señora! Y ella contestó: «No, si usted lo ha notado».
Pues igual.